lunes, 30 de julio de 2007

Hacia una sociología crítica del diseño (Joan Costa)

El diseño gráfico está ahí y es una herramienta. Para bien y para mal. Para unos, como yo, constituye un potencial de cultura todavía inexplorado. Para el poder (económico, político, confesional) es un instrumento para el control social.

El aire que respiramos es un compuesto de nitrógeno, oxígeno y diseño. Pero el diseño tiene un prestigio híbrido y dudoso. Social, cultural y pedagógicamente, no faltan los argumentos ni los tópicos que hacen de esta actividad el sujeto de una familiaridad ambiguamente vivida. Y tendríamos que preguntarnos críticamente, por qué.

Sin embargo, en Cataluña el diseño es parte de nuestra identidad cultural. ¡Pero atención!. Este término de “identidad” ha sido manoseado por las ideologías, y por eso debe tratarse con cuidado y precisión. La identidad (de alguien o de algo) es una mezcla de tres elementos fundamentales: 1, quién es, (en nuestro caso el diseño), 2, qué hace, para qué sirve y a quién, y 3, dónde está. Toda cuestión relativa a la identidad se encuadra en este esquema triangular.

Entonces, las cuestiones 1 y 2: “qué es , para qué sirve el diseño y a quién”, propongo responderlas así: “Diseño es una actividad proyectual ligada a la producción, que tiene por objeto contribuir a la mejora de la calidad de vida de la gente en función de sus necesidades y deseos”. Diseño recubre así el entorno y los objetos (diseño industrial), los lugares (diseño ambiental) y los mensajes (diseño gráfico y audiovisual).

El Diseño no tiene otra ideología que la eficacia. Y por esto, tan eficaz debe ser la silla de ruedas del minusválido como la silla eléctrica del verdugo. Como se ve hay aquí materia de sobra, y amarga ironía, sobre ética, diseño y calidad de vida...

Queda la tercera cuestión: “dónde está el diseño”. Históricamente, en Cataluña. El 23 de enero de 1775 se inauguraba en su capital, Barcelona, la primera “Escuela Gratuita de Diseño”. Veinte años después (1783), España seguía en cabeza en el ámbito de la gráfica, pues se crearon las escuelas de diseño en Madrid, Zaragoza y Tárrega, y en 1786 la de Girona. Aquí, pues, reconocemos, practicamos y enseñamos diseño desde la primera revolución industrial.

El diseño está ligado a al economía de producción, y hoy, en gran medida, a la economía de la información. La industria textil fue la gran impulsadora del diseño gráfico. Desde las máquinas hasta los productos, el diseño fue causa y efecto al mismo tiempo del proceso de industrialización de España.

La Real Junta Particular del Comercio, que tomó la iniciativa fundadora de la “Escuela” en 1775, declaró que su objeto era “formar buenos dibujantes proyectistas, auxiliares de las manufacturas de estampados en algodón y seda que, atendiendo a las necesidades de la industria y a la conveniencia del comercio, permitieran mejorar su calidad y extender la producción en competencia con el extranjero”.

Dos años después de la fundación de la primera “Escuela de Diseño” de Occidente en Barcelona, el concepto de “diseño industrial” nacía en Inglaterra (1777) con la construcción del puente de hierro en Coalbrookdale sobre el Severn, por el maestro forjador Abraham Derby. En París, la Escuela Central de Artes y Manufacturas fue creada en 1829, y en Londres, la Normal School of Design no lo sería hasta 1835.

El diseño en Cataluña se sustenta en una fuerte tradición artesana y arquitectónica. A finales del XIX se produjo un crecimiento considerable de las ciudades y un desarrollo progresivo de la industria textil. Este periodo y los inicios del siglo XX ofrecen el testimonio de la explosión creativa del Modernismo, propiciado por una próspera burguesía. Ildefons Cerdà en el diseño urbanístico, y Antoni Gaudí en el arquitectónico, son dos hitos de la gran audacia técnica y de un fuerte entusiasmo creativo. 1929 está marcado por la Exposición Internacional de Barcelona y por la fundación de la “Escola Massana”. En 1930 se crea el grupo GATCPAC, que reúne a artistas, arquitectos y técnicos para el progreso de la arquitectura contemporánea. En 1957, bajo la iniciativa de Gio Ponti, un pequeño grupo de entusiastas pone los fundamentos de una entidad que se llamó “Institut de Disseny de Barcelona”; la personalidad de Antoni de Moragas y André Ricard jugaron un papel esencial junto con Alexandre Cirici y Joaquim Mascaró. En 1960 se funda ADI FAD (hoy ADG FAD) con Pla-Narbona como primer presidente y un grupo de amigos entre los cuales yo mismo. En 1973 se crea BCD, Barcelona Centro de Diseño. En 1978 se publica la primera “Enciclopedia del Diseño” del mundo con 10 volúmenes sobre diseño gráfico e industrial editada en Barcelona por Ceac por iniciativa y bajo la dirección de quien escribe... Y así sucesivamente.

¿Dónde está hoy el diseño? En todo el mundo industrializado y en desarrollo, en el entorno, la calle, el metro, el trabajo, la intimidad del apartamento, los espectáculos, la organización social, y en todo lo que usamos, consumimos, vemos y hacemos; en la vida urbana y en los escenarios de acción de nuestras sociedades superindustrializadas... Pero no en el Tercer Mundo. ¿Es realmente el diseño un coadyuvante a la calidad de vida de la gente? ¿o solo de la gente privilegiada?

Los socioeconomistas llaman a los productos y servicios, “bienes”. Porque “están bien”, son convenientes para la sociedad, tienen una calidad en general que “está bien” y un precio proporcionado. Pero, ¿realmente todo lo que se produce está bien y es bueno para la gente? Toda esta agresividad de los videojuegos, toda esta violencia en los espectáculos; toda esta basura de la televisión; todas estas intrigas de los políticos; toda esta avalancha consumista de la publicidad, el diseño y el marketing, ¿son realmente “bienes” para la gente? O tal vez males...

Este designio (ideal) del “diseño para la calidad de vida” choca aquí con los límites de su impotencia. Por un lado, porque él mismo es parte integrante del sistema que ha contribuido a crear. Por otro lado, porque el sistema es infinitamente más poderoso que el diseño, y lo absorbe en su carera por el control social.

No es más tecnología, más diseño, más productos, más consumo ignorante lo que hace falta. Lo que necesitamos es una crítica social activa, militante. Y una sociología crítica (y una autocrítica) del diseño. ¿O es que no existen otras vías para el futuro del diseño gráfico?

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